martes, enero 03, 2006

15 minutos


Tan solo 15 minutos para abrazarte. Pero no pudiste. O tal vez no quisiste.
Ayer en la noche todo era distinto. ¿Acaso no recuerdas la velada? Una espectacular cena en el restaurante más costoso de Santiago. Reíamos sin parar, contando nuestras aventuras anteriores sin pudor, mientras bebíamos champagne a la luz de las velas. Me decías que nunca habías conocido a alguien así, y que no te importaba lo que dijera la gente; que dos meses te habían bastado para darte cuenta que el tiempo es algo relativo también en el amor. Yo solo te miraba. Te amaba.
Salimos del lugar. Tú sonreías y me mirabas. Era yo quien hablaba ahora. Mi vi... que podría contarte. Te hablé de mis padres, de cuanto los había odiado cuando pequeño; luego la muerte de mi padre, mi madre desconsolada que jamás pudo levantarse. De mis hermanos, de lo mucho que los quiero. Los viajes al sur, de Leonor en Italia, y de cuantos años de su vida luchó para ser una de las mejores escultoras de Florencia. Te mencioné también a mi hermano, loco amante de la arquitectura clásica de Valparaíso, donde vive hace más de 10 años. Joaquín no piensa volver. La verdad es que no tiene razones para ello. Su vida ya está construida y pertenece al puerto. En ese momento llegamos al auto y tenías frío. Te cubrí con mi chaqueta y quisiste ir a mi casa. Me reí. Sabía que nos esperaba.
En el camino no hablé nada. Creo que preguntaste si no me sentía solo viviendo en ese departamento. Te dije que solo me bastaba un gato para sentir compañía. "Entiendo"... y llegamos. Bajamos del auto, e inmediatamente me dirigí hacia ti y te abracé. No decías nada. Tomé tu cara y te besé; lentamente al principio, y poco a poco nos dejamos llevar. Sin despegar nuestros cuerpos llegamos a la puerta, y de la misma manera, sin soltarte, la abrí con la llave. Entramos, y fuiste al baño. Por mientras, fui a la cocina, revisé si todo estaba en orden, y partí a la pieza. Tú ya me esperabas en la cama; en tu mirada asomaba cierto dulzor. Era la misma mirada que traías cuando te conocí. Me tiré en la cama, y sentí suavemente tus manos recorriendo mi cuerpo. Yo no me movía. Comenzaste, como lo hacías siempre, con una lluvia de besos por toda mi piel. Volaba. Y mi cuerpo comenzó a agitarse, pausadamente. Luego vino el descontrol; te besé sin poder creer cuanta belleza tenía frente a mí. La verdad no podía sino estar agradecido de que la vida nos hubiera acercado, y tú en tanto me sonreías.
Creo que fueron cuatro veces ayer en la noche. Y, como siempre, cada una fue mejor que la anterior. Sentí todo tu cariño, toda tu expresión, mientras tiritabas y caías una y otra vez en la calma más absoluta. Quedábamos así durante un corto tiempo, en un profundo silencio. No creo que exista un momento de mayor soledad para una persona que luego del amor; es sentir que se está flotando por el universo, oscuro, con un silencio exasperante y doloroso; es saber que tienes a quien amas a tu lado, y que puedes abrazarla y rodearla si quieres, pero sabes en el fondo de ti que ella y tú están ya en otro lado; es quedar colgando en un hilo de su corazón.
Y así fue que esta mañana desperté. Solo, estaba solo. No sabía en dónde te habías metido. Recurrentemente desaparecías por la mañana, muy temprano. Lo sé porque nunca recordaba haber despertado abrazado a ti. Y siempre era lo mismo: una llamada al final del día, quizás antes, quizás después. Un hola como estás y lo pasamos bien anoche, verdad, si, yo también te quiero mucho, no sé cuando nos podremos ver de nuevo, estoy ocupada ahora, amor, te llamo cuando llegue a casa, adiós.
Y yo, sin saber que decir para retenerte.
Pasaban las horas, y pasaba mi vida esperándote.
Las seis de la tarde, y nada.
Nada tampoco durante las noticias.
Nuevo día. Nada.
Pero siempre es igual. Volverás mañana, o pasado mañana. Estarás en mi casa luego de una llamada. Me dirás que te tomará 15 minutos llegar a mi casa, y te diré te espero. Pero esta vez será diferente. Porque me demoraría 25 minutos en colocar una bomba en casa, y esperar a que llegaras para morir juntos en una gran explosión de vidrios, carne y madera quemada; o 15 minutos en encontrar algún veneno que echar a tu trago, y ver como caes inconsciente a raíz del liquido mortal; o quizás menos de 15 minutos me llevaría invitarte a la terraza, para ver juntos el atardecer, y en un momento en que no te des cuenta, empujarte hacia abajo y ver como tu cuerpo abraza el piso.
O quizás, simplemente dejaré la puerta de entrada sellada bajo mil cerraduras. Y escucharé como tocas y preguntas: ¿Estás ahí? Contesta, te lo supli... respon...
Y ahí estaba yo como un idiota esperando, y al verla nuevamente todo lo que pensaba se esfumó.
Ese fue el momen... me di cuenta que sus ojos no tenían color y su mirada no respondía a la mía.
Me quedé helado y sin palabras.
Ella no entendía nada de lo que pasaba, y tampoco le interesaba mucho. No me dejaste tiempo para despedirme, sólo necesitaba 15 minutos para abrazarte. Pero tal vez no pudiste... o tal vez no quisis...
Diego/ mi mejor amigo y un Nicheano de corazón
Gracias

2 Comments:

<$BlogCommentAuthor$> dijo...

<$BlogCommentBody$>

11:16 p. m.  
<$BlogCommentAuthor$> dijo...

<$BlogCommentBody$>

12:27 a. m.  

<$BlogItemCreate$>

<< Home