jueves, diciembre 29, 2005

¿Un verano naranja? Otra ironía de la vida



Sí, el verano llegó de sopetón. Ojo que no es porque el calor me esté volviendo loca, ni por los malditos zancudos que se hacen notar cerca de nuestros oidos en sudorosos intentos por dormir. Tampoco por el saturante aroma a bronceador en el ambiente ni por los inmensos tacos que se producen en las calles cercanas al Terminal de Buses. El cuento es simple y seguramente más que familiar en la vida de alguien. El verano llegó: las construcciones y los Maestros también. Mis ruidosas vacaciones han comenzado.
En realidad no sé si es sólo coincidencia que en todas las casas aledañas a la mía la gente, cada año, decide ampliar o remodelar las estructuras de sus casas. El tema de la economía en Chile viene pronto a mi cabeza en el ferviente intento de explicar cómo la pueden pagar todos los veranos caros materiales, costosas manos de obras de unos cuantos maestros y por supuesto el arriendo de unas archiruidosas máquinas.
Pensarán que armo un gran lío por sólo un par de hombres ganándose la vida durante el verano cuando en realidad deberían estar de vacaciones, pero la verdad es que ha significado un gran trauma en mi vida. En realidad la culpa la tienen mis vecinos, pero de ellos hablaré en otra oportunidad. Está bien, quizás sus casas sean parceladas y no viven en una villa como yo, por eso deben saber cual es la situación exacta de vivir cerca- muy cerca- de sus vecinos y de las odiadas, múltiples y casi coordinadas construcciones.
Lo peor no es que comiencen sus trabajos a las ocho de la mañana durante pleno enero, - martillos serruchos y palas sonando al compás - la verdad es que lo que en demasía me molesta es sentirme observada durante todo el día. El panorama es así: mientras mis vencidos de la esquina están armando un nuevo cobertizo de madera, los de la derecha están colocando un nuevo balcón y los de atrás, de plano, construyen un segundo piso. Es decir, estoy absolutamente rodeada por un docena de hombres de extraño aspectos ¿Por qué todos esos caballeros tendrán el mismo semblante? Ninguno me inspira confianza, pero que le vamos a hacer. No es nada personal, sólo es una pregunta frecuente cuando aparecen en mi vida. Mi padre también ha trabajado en la construcción de nuestra casa, pero nunca a olido mal ni ha usado ropa que muestre sus presitas. ¿Si tuviesen que dibujar a un Maestro, no lo harían medio agachado y con su pantalón levemente abajo mostrando parte de su trasero? ¡Vamos! No es sólo mi imaginación. ¿Cierto?
Tengo un par de reclamos fijos respecto a su presencia durante mis vacaciones. Primero, no me puedo pasear liviana de ropa por mi patio porque desde su perspectiva pueden ver en cualquier dirección hacia mi casa. Tomar sol...para qué decir. Está bien, con los años te acostumbras, pero cuando descubres que al abrir la ventana luego de ducharte todos saben que hay alguien en el baño y que, peor aún, están esperando saltones averiguar quién estaba ahí es cuando los odias, más aún y maldices a tus esforzados vecinos que ahorraron durante todo el año para poder hermosear sus pequeñas casas. No me siento culpable por parecer una chillona chica quejándose por una tontera, pero les aseguro que si a alguien le ha ocurrido esto entenderá muy bien qué es lo que siente, es más, querrá unirse a mi queja y tomar acciones legales. Éste es el gran problema de vivir en villas pequeñas.
Sí, el verano llegó y con él un desconocido mal humor. Espero salir pronto de esta endemoniada ciudad.
Romina Rojas Callejas / Nicheana de corazón

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